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A la diosa hay que ganársela

31.07.2022
A la diosa hay que ganársela

“Un buen polvo y no me faltaría nada.”

Marco vació su copa y sonrió a sus amigos, que se reían a carcajadas.

"Pero Anne debe ser frígida. Yo podría aguantar toda la noche, pero ella se levanta después del primer acto, diciendo que tiene que hacer algo. Hablar con ella es una pérdida de tiempo.

“A mí me pasa mismo,” dijo Chris. “Me esmero, voy como una máquina para que ella sienta que en casa tiene un buen macho, pero para nada. Ella se queda mirando al techo, gime un par de veces y listo. En un prostíbulo la pasaría mejor.”

Se volvió hacia mí: “Y tú, Carlos, estás tan callado. ¿En tu casa la cosa es distinta?”

Miré hacia arriba y dije: “Sí. Y me alegra.”

Marco puso los ojos en blanco: “Tienes suerte, cabrón. ¿Cómo haces?”

Sonreí: “Qué se yo. Incluso cuando el que tiene ganas de culear son yo, lo que más me interesa disfrute Ela. El hecho poder entrar no significa que lo logre. Me gusta jugar, prolongar el momento antes del ataque. Me gusta más hacerla acabar primero, mejor sin son varias veces, antes de hacerlo yo. No quiero tener que preocuparme de terminar demasiado rápido.”

Miré el vaso y ante mis ojos pasó el recuerdo de la última vez que lo hicimos.

Fue ayer. Ela salió de la ducha envuelta en una toalla, con el pelo recogido en la parte superior de la cabeza y gotas de agua aún cayendo sobre sus hombros. Al pasar por mi lado, me pellizcó burlonamente el culo.

Me di la vuelta, gruñí y apreté los dientes. Ela fingió estar asustada y empezó a correr hacia el dormitorio. Corrí tras ella, la alcancé justo en la puerta, la agarré, la atraje hacia mí y le gruñí al oído:

“Te la voy a dar acá y ahora. Por todos lados. Tan pronto como te saque de esta tontería blanca".

Ela sonrió, la toalla cayó al suelo y se dio la vuelta. Estaba tan radiante y hermosa que la agarré por la nuca, empecé a besarla y la llevé lentamente hacia la cama.

La empujé suavemente y Ela cayó en las mantas. La besé por todas partes, sin querer perder un ápice, mientras ella se revolvía el pelo, riéndose de las cosquillas. Cuando me acerqué a sus labios de abajo y sentí su perfume me di cuenta de lo hermosa que es la hembra que tengo en casa.

Besé y lamí ese hinchado y dulce bulto suyo, estirando los cada vez más húmedos labios con mi boca, explorando cada rincón y grieta hasta que Ela empezó a temblar como una hoja. Cuando apretó los dedos en la sábana y ésta empezó a retorcerse, me sentí como un rey.

Entonces empujó mi cabeza hacia ella: "¡Eres increíble, te amo!"
A la diosa hay que ganársela.
Hizo un movimiento como si quisiera bajar la sábana y tomarme en su boca, pero no quise que dijera nada de vuelta. Tenía ganas de seguir ahí hasta que esté completamente agotada, y encontrar los límites de su placer. Así que la detuve.

Busqué en el cajón de la mesita de noche y saqué los juguetes. Las pupilas de Ele se dilataron. Tomé las cintas de raso en mi mano y até sus dos muñecas a los barrotes de la cabecera de la cama. Le guiñé un ojo y me puse el dedo delante de la boca.

Entonces me eché un poco de gel de silicona en las manos, me senté sobre sus rodillas y empecé a masajear suavemente sus pechos. Ella arqueó la espalda y gruñó. Me tomé mi tiempo. Deslicé lentamente mis manos por el ombligo, sobre las caderas. Me moví, abrí sus muslos y de nuevo, esta vez con mis dedos, exploré sus puntos más sensibles.

Un dedo, otro... Me agaché junto a ella y, mientras le metía los dedos, le anuncié casualmente que iba a torturarla un rato. Que no me detendría hasta que tenga otro orgasmo. Y que recién entonces recibiría la visita de ese que hace rato está parado ahí abajo. Ela protestó diciendo era injusto.

Justo o injusto, voy a hacerte acabar y después vamos a ver si puedes lograrlo una tercera vez conmigo adentro tuyo. Saqué su juguete favorito del cajón, el que puede chupar y soltar ese punto sensible suyo. Lo encendí, me lo puse y con los dedos de la otra mano seguí jugando adentro de ella.

La respiración de Ele se aceleró y profundizó, y en pocos segundos se arqueó y gritó. Apagué el juguete, saqué mis dedos y luego liberé sus manos rápidamente. "Chica lista", la felicité, "muy lista".

"Animal", murmuró, "te quiero en mi boca, ahora".

"No", negué con la cabeza, "todavía no. Ya sabes lo que te prometí".

Me apreté entre sus muslos y entré desde arriba. Después de dos orgasmos, no estaba tan estrecha como suele estarlo, y me vino bien que fuera tan terriblemente rápido. Mis bolas ya estaban llenas a reventar con el juego extra largo, y no quería acabar en unos segundos. Quería disfrutarlo todavía.

Enterré mi cabeza en la almohada junto a ella, agarré ambas mejillas con mis manos y simplemente disfruté penetrándola. Ahora sí que estaba garchando mientras Ela me arañaba suavemente la espalda...

Luego me susurró al oído: "Ven por detrás..." No pude resistirme.

Se colocó como una gata, y yo disfruté de la vista de su culo firme y de como entraba y salía de ella. A ella le encanta desde atrás. Le gusta eso animal. Sentí que se acercaba el final y le hice una señal apretando un cachete. En un segundo hizo una embestida hacia delante, luego se giró y me tomó en su boca.

Ela mama de maravillas. Un ligero vacío, un par de movimientos de la lengua... y la explosión. Después de todo ese retraso y el tormento, sentí que me había dejado seco. Le acaricié el pelo y le susurré lo maravillosa que era. Y lo es. Perfecta. Tal vez sea así por naturaleza, pero quizá también sea porque yo no soy un tarado egoísta y sus orgasmos son aún más importantes para mí que los míos.

Marco  me trajo de vuelta: “¿Hiciste que acabe antes que tú?” Mira, tiene tanto tiempo como yo, ¿verdad? Ja, ja. No, lo retiro. ¿No quieres contarnos qué haces con ella, algún ejemplo?"

"Sí", se sumó Chris, "cuéntame, exagera, ¡así aprendemos del maestro!".

Tonto.

"Como quieran, chicos", me encogí de hombros, "aquí lo tienen. Ayer, por ejemplo. Ela salió de la ducha envuelta en una toalla..."

Autora: Marina Deluca

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