Está bien vivir una vida de soltero. Está bien no tener compromisos. Pero pocas de las mujeres con las que he tenido algo piensan igual. La mayoría aceptaban el plan de amigos con derecho a roce, pero antes de que me diera cuenta, empezaban a tomarlo en serio y ponerme obligaciones. Y yo no estaba preparado para eso. Un día calculé el saldo de mis inversiones y me di cuenta de que contratar una profesional de vez en cuando sería más barato. Y sin riesgos de escenas de celos.
Su foto me llamó la atención de inmediato. Aspecto natural sin botox ni pestañas postizas, sonrisa natural de labios bien marcados, pelo castaño claro de longitud media sobre ojos azules, tetas medianas y alrededor de 30. Jamás se me ocurriría que es una profesional. Acordamos rápido sexo clásico y un par de horas más tarde ya estaba tocando el timbre en la dirección indicada.
Vino a abrirme la puerta con un vestido de verano y parecía una mujer de lo más normal que te encuentras por la calle. Me ofreció una copa, me cobró por adelantado, dijo que me esperaría en el dormitorio y me dirigió al cuarto de baño. Estuve apenas un momento en la ducha, pero lo suficiente para que ella me esperara en la habitación con una bandeja que contenía una botella de whisky, otra de refresco, dos vasos y un cuenco con hielo y pinzas.
Cuando se volvió para servirme una copa, me acerqué por detrás y le aparté la mano. Estaba demasiado cachondo para tomar una copa. Sonrió y me hizo sentar en la cama. Se paró junto a mí.
-¿Dominante o sumisa?- Preguntó.
Abrí los ojos de par en par. Eso sí no lo esperaba.
-Muéstrate,- le dije, -tal vez descubras algo que ni yo sé sobre mí.
Se inclinó y acercó su rostro al mío y al cuello. Respiró despacio. Y luego otra vez. Cerró los ojos y en ese momento me di cuenta de que me estaba olfateando. Abrió los ojos, me sonrió y con la mano me indicó que me tumbara en la cama.
Se sentó encima mío y empezó a acariciarme las sienes. Con ternura. Pasó a mi cuello y mi pecho, me acarició el estómago, bajó y me quitó la toalla. Mi pija reaccionó de inmediato y Ellen sonrió:
-¿Quieres un masaje o ponemos la gomita ahora?
-Un masaje estaría bien,- asentí.
Agarró la botella de lubricante, lo calentó y antes de que me diera cuenta, la tenía en las manos. Sus dedos, delicados y sensibles, tocaban una sinfonía y cerré los ojos para disfrutarla. Pero de repente ya no pude aguantar más y quería dársela.
La tomé de la mano. Ella entendió, tomó el condón y lo colocó con agilidad y rapidez. Antes de que pudiera decir nada, la tenía encima mío con una mirada interrogante en los ojos. La toqué ahí abajo y me sorprendió sentir que estaba mojada. No se si se ayudó a sí misma, o...
-Ven aquí y toma la batuta.
Parecía aliviada. Y yo entendí. En lo que respecta al largo, soy promedio, pero en cuanto al ancho, estoy dotado como pocos. Empezó a sentarse con cuidado mientras la agarraba de esas hermosas tetas.
Recién ahí me di cuenta de lo firmes que eran. Y qué areolas tan bonitas y prominentes con pezones firmes y ligeros tienen. Me acerqué a una y la empecé a besar y chupar. Evidentemente le gustó porque se le endurecieron todavía más y abajo se relajó para poder llegar al fondo. Permaneció así un rato, solamente respirando.
Le puse la mano en el culo y la empujé hacia mí. -Vamos, no te detengas.
Vi sus pechos agitarse y su pelo volar. Era hermosa y parecía que no estaba simulando, lo disfrutaba tanto como yo. Le apreté las nalgas para marcar el ritmo. Se echó hacia atrás y abrió la boca. Se oyó un gemido bajo seguido de contracciones rítmicas de su conchita, ahora completamente mojada. Parecía un sueño. La tiré hacia mí y dí la vuelta para que estuviese debajo mío. Quise sacarla del todo, pero ella me frenó.
-Déjame respirar, por favor,- susurró.
Y me besó el hombro. Me acarició la espalda y arrastró ligeramente sus uñas sobre mis nalgas. Entendí. Aparté una de sus piernas para poder ir lo más profundo posible. Su respiración era intermitente y al cabo de un momento empezó a gemir suavemente de nuevo.
Me arrodillé, la levanté y empecé a ayudarla con la mano. Se arqueó y se agarró a los postes de la cama. Luego levantó la cabeza y un espasmo recorrió su cuerpo. Me estaba apretando tanto que ya no pude aguantar. Mis pelotas se retrajeron y exploté dentro de ella. Y otra vez. Y otra vez.
Bombeé una dosis tras otras, como si no tuviera fondo. Sentí sudor entre los omóplatos y deseé que esto no terminara nunca. Todavía estaba temblando cuando con cuidado la saqué y me acosté a al lado de ella. Parecía confundida.
-Eres increíble. Me gustó mucho. Gracias.
-Yo tengo que agradecerte,- dijo sonriendo tímidamente, -es la primera vez que me pasa esto.
-Vamos,- intenté.
-En serio,- dijo, -me sorprendió. Suelo simular orgasmos para que el cliente esté contento. Sé lo que quieren los hombres.
-¿Y qué quieren?
-Lo que les suele faltar en casa. Algunos quieren sexo tierno, otros quieren hablar más, y otros solamente quieren garchar sin decir nada. Pero todos, sin excepción, vienen para que yo les dé ese servicio. Y para eso estoy, por eso me pagan.
Y fue entonces cuando me di cuenta del todo. Elle no miente. No había simulado ninguno de los dos orgasmos. Había hecho acabar a una profesional. Y dos veces.
-El score es 2 a 1,- dijo sonriendo, -¿me das la revancha o tengo que devolverte el dinero?
-Por qué me devolverías el dinero,- contesté sin entender, -recibí más de lo que podría haber esperado. -Y la segunda ronda,- agregué inclinándome hacia ella, -seguro que no estaría fuera de lugar.
Un destello brilló en sus ojos: -Esta vez voy a ganar yo.
-Si así lo crees,- le guiñé el ojo y en ese momento ambos supimos que ésta no sería mi ultima visita.
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Autora: Julia Schmidt