Cuando tienes cincuenta años, con el estrés del trabajo es que es una locura, y el matrimonio que se está desmoronando, no queda mucha energía. Empezaba a pensar que lo único que podía calentarme era, como mucho, una botella de buen ron caribeño, cuando ella entró en mi vida.
Unos años más joven que yo, bien formada, inteligente, simpática y con tal carga erótica que supe en el primer encuentro que el sexo con ella valdría la pena. Hacía años que éramos casi vecinos, pero no nos conocíamos.
No vale la pena explicar cómo nos conocimos, pero pronto quedó claro que teníamos mucho en común y que ambos echábamos de menos lo mismo: buen sexo y caricias en cuerpo y alma.
Tras años de ayuno, fue como un rayo caído del cielo. Al principio fue un poco complicado por el exceso de alcohol, que hizo mella en mi capacidad de lucha, pero Karin no se desanimó. Así que pronto la llevé a mi casa de campo y me aseguré de que lo compensáramos.
Apenas dejamos las maletas, encendí un fuego en el hogar. Literal y figuradamente. Y enseguida me di cuenta de lo que se siente cuando una mujer sabe disfrutar. Hacía años que no sentía a una mujer gemir suavemente con las manos en mi pelo mientras la lamía. Cómo me ruega que pare, que me quiere adentro.
Llevaba años sin saber lo que era culear una mujer desde atrás hasta acabar. Ella se retorcía debajo de mí y yo la abrazaba con fuerza, como si estuviera sufriendo algún tipo de ataque y quisiera protegerla del mundo entero. Estaba excitada y yo me retorcía cada vez más adentro de ella. Cuando acabé, la saqué y le metí dos dedos en esa grieta hermosamente mojada.
No entiendo cómo puede decir que ella casi nunca acababa. Tuvo un orgasmo atrás de otro con contracciones increíbles. Me calentó tanto que tuve ganas de hacerlo de nuevo. Ella se dio cuenta inmediatamente, me sonrió, me puso boca arriba, se deslizó entre mis rodillas y empezó a chupármela. Hacía años que no lo experimentaba, al contrario, estaba resignado a que a mi mujer no le gustara y no quería hacerlo. Pero ahora, en la cama tenía un espécimen que lo pedía.
Le agarré la cabeza y me fui contra su boca. Tenía ganas de ir hasta el fondo, pero no quería se atragante. Estaba claro que disfrutaba, ronroneaba, chupaba rítmicamente, pero yo estaba nervioso y empecé a ablandarme. No quería que pensara que no sabía hacerlo, lo hacía muy bien. Pero yo solamente quería garchar.
La levanté, la di vuelta y le di otra vez por atrás. Esa posición animal era fabulosa. Me costó resistir la tentación de moderle el cuello como hacen los leones. Me dio un poco de miedo.
Karin se dio cuenta que algo pasaba y entre jadeos dijo que quería ensillarme. Me tumbé de nuevo boca arriba y la empalé sobre mí. La agarré por las caderas y aceleré el ritmo. Ella se dobló hacia atrás y se agarró de mis piernas, y yo miraba cómo sus tetas redondas se movían rítmicamente.
Tensé los músculos de las piernas y aceleré, acercándome a la meta, sintiendo que iba a ser una lucha, pero que iba a llegar. Por segunda vez. Karin negó con la cabeza:
-¿Cuántos años tienes? Vas a tener que mostrarme el DNI,- dijo riéndose.
Era deliciosa y yo lamenté no tener veinte años. Por aquel entonces, siempre podía... Apenas la sacaba de una chica y ya la tenía dura. No puedes escapar a la edad. ¡Cómo me gustaría hacerlo de nuevo! Pero ella no quería. Hablamos un rato y sugerí que nos duchemos juntos.
Empezamos a lavarnos bajo los chorros calientes. Se arrodilló frente a mí y, mientras me lavaba, me vino a la mente cuántas veces había hecho esto en la ducha y había soñado con ella arrodillada frente a mí. Recuerdo que me excitó tanto que algo empezó a moverse.
Karin se rió y se lo llevó a la boca. Retiró el prepucio y empezó a lamerlo y chuparlo cada vez más fuerte. Con una mano mojada le empujé la cabeza hasta el fondo. Todavía no la tenía tan dura y yo disfrutaba tenerla toda adentro.
Me agarró y me dejó crecer de nuevo en su boca. Yo empujaba y sentía como ponía cada vez más dura. Karin la agarró con dos dedos y yo dejé que ella decidiera qué tan adentro la quería. Eché la cabeza hacia atrás.
La ducha estaba llena de vapor y me sentí suave y débil al mismo tiempo. Ella jugaba con mis pelotas y empezó a hacer vibrar su lengua en la brida. No creí que sería tan rápido, pero acabé por tercera vez.
Creía que me quedaba poco, pero Karin evidentemente tuvo bastante para tragar. Me dio un beso en la punta de la pija y se levantó lentamente. Se enjuagó la boca con la ducha, yo empecé a disculparme, cuando ella tosió.
-No seas tonto,- dijo guiñando un ojo, -lo disfruté. Y tú me gustas mucho. Es que quería darte un beso y no sabía si a ti te gustaría tu propio sabor. Además también tragué un poco de agua.
Me vuelve loco. Para antes de enloquecer, quiero disfrutar con ella todo lo posible. Porque si al destino tiene ganas de compensarme por el estrés y la hambruna de años pasados, aceptaré esa compensación. Absolutamente. Y espero que más de tres veces...
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Autora: Marina Deluca