Era hermosa con esa belleza que uno no sabe qué tiene de especial. Grandes ojos azules, pómulos pronunciados, sonrisa errante. Con una figura que no pocas veinteañeras envidiarían, pero Katrin ya tenía cuarenta años. Mujer madura, inteligente, cariñosa, divertida. Pero no estaba de humor para tener relaciones, así que la mantuve fuera de mi cuerpo. No te enamores de mí, le dije.
Después de un par de noches de charla y algunos viajes sentí que empezaba a encariñarse conmigo. Algo que yo no quería. Yo estaba en el medio de un divorcio complicado, el estrés en el trabajo me estaba volviendo loco; ya no tenía ganas de nada. Y además le tenía ese miedo típico de muchos tipos. El miedo a decepcionarla. Ya había pasado un par de veces, y ella había entendiendo. Pero a mí me empezó a molestar. No es fácil aceptar los 50.
Esa noche estábamos charlando, tomando una botella de coñac y, a medida que los vasos se llenaban y volvían a vaciar, Katrin tuvo la idea de ir a mi estudio para que le toque algo con mi guitarra eléctrica o le muestre lo que había compuesto en el sintetizador. Subimos las escaleras, encendí unas velas y busqué a tientas mi guitarra. Me puse a tocar, y como hacía rato que no practicaba mis ojos estaban fijados en mis dedos. Pronto descubrí que era un aficionado en muchos sentidos.
Katrin me abrazó, me agarró el culo con las palmas de las manos y me mordió ligeramente en la nuca. Luego se puso delante de mí y se arrodilló. La forma en que sus ojos me miraban desde abajo era tan sexy. Escuchó en voz baja durante un rato y volví a darme cuenta de lo increíble que era esta chica. Luego se acercó todavía más y despacio empezó a bajarme los pantalones. Tenía la guitarra bastante alta, así que me quedó bien cuando me agarró la verga y empezó a acariciarla. Reaccionó de inmediato. Tocar la guitarra con una erección es interesante, te lo aseguro.
Se lamió los labios e insinuó que también quería chuparla. Este es el sueño de todo hombre. Y a mí se me estaba haciendo realidad. Resistirse era imposible. Dejé la guitarra y supe que esta noche todos mis propósitos volverían a estropearse. Me quedé de pie, con la mano en su pelo y con los ojos cerrados disfruté de su impecable trabajo con la lengua.
No soy egoísta, así que después de un rato la acerqué suavemente, empecé a besarla y la llevé al sofá. Le bajé los pantalones y las bragas de una vez y hundí le cabeza entre sus piernas. Estaba deliciosamente mojada, es evidente que le gustaba mucho tirar la goma. Examiné cada pliegue con la lengua y Katrin empezó a murmurar en voz baja. Me arrodillé frente a ella y me sumergí aún más. Levanté sus piernas sobre mis hombros y me hundí en ella cada vez más rápido.
Encontré una almohada para que apoye la cadera. Empezó a temblar y a jadear. Ritmo, ritmo, ritmo... la explosión fue más fuerte de lo que esperaba. Se estaba agitando tan fuerte que tuve miedo de que se caiga. La tiré con fuerza hacia mí y en unos instantes mi cabeza empezó a dar vueltas. Las bolas se retrajeron a mi cuerpo y sentí que estaba por morirme. Me recosté en ella agotado y nos tomamos un momento para relajarnos. Me acarició el pelo, todo su cuerpo temblaba.
Luego se acercó al sofá y me entregó una botella de agua. Cariñosa, hermosa y tremendamente sensual.
Hay veces en las que se me ocurre que quizás debería replantearme algunas cosas de mi vida.
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Autora: Marina Deluca
