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Un día de milagros y deseos

07.12.2023
Un día de milagros y deseos

¡Cómo odio los villancicos y las decoraciones en la ciudad! No siempre fue así, empezó este año. Me recuerdan dolorosamente que, mientras otros disfrutan del Adviento y esperan con ilusión estar alrededor del árbol con sus familias dentro de unos días, yo voy a estar otra vez solo.

Mi última relación terminó hace más de un año, y desde entonces no he encontrado ni una sola mujer que me haya interesado lo suficiente como para querer despertarme a su lado. Acostarse con alguien por el mero hecho de acostarse con alguien está muy bien, pero ya no me satisface. Será que me estoy poniendo viejo.

Estoy sentado en una cafetería cerca de un gigantesco centro comercial, mirando alternativamente a la multitud que me rodea y a mi teléfono, tomando despacio un café y sintiéndome más solo que si estuviera sentado en casa delante del televisor. Un toque en el hombro me saca de mis pensamientos. Me sobresalto.

"Lo siento, no quería asustarte. Pero no me oíste. Hola". Una sonrisa de disculpa con labios hermosamente recortados y bordeados de pelo castaño largo, ojos azules brillantes con abanicos de incipientes arrugas de sonrisas. Tanya. Unos años atrás, trabajamos codo a codo en la misma empresa, pero cada uno en un departamento distinto.

Una mujer no sólo hermosa, sino también inteligente, divertida e increíblemente sexy. Teníamos una onda increíble, pero por desgracia ella estaba casada y yo no tenía opciones. Entonces, un día, ella y su marido se mudaron a la otra punta del país y ella me quedó sólo como inspiración para momentos en la ducha. ¿Qué está haciendo acá?

“Hola Tanya, ¿qué haces acá? Ven, siéntate si tienes un momento".

Sonrió y se encogió de hombros: "Gracias, con gusto. Estoy muy agotada estos días y un buen café me va a hacer bien. Y quizá algo más fuerte".

Pedí dos cafés y la miré: "¿Todavía tomas Plantation?"

“Te acuerdas,” son rió, “nunca puedo dejar pasar un buen ron en buena compañía.”

Un rato después, estábamos hablando como si no hubieran pasado varios años entre nuestra última noche de ron, sino sólo unos días. Su matrimonio fracasó y regresó a su ciudad natal. Hace poco empezó un nuevo trabajo, alquiló un apartamento, pasa las tardes haciendo todo tipo de cosas e intenta, según sus propias palabras, encontrar el equilibrio perdido.

Esto lo dijo mientras se bebía la segunda copa con una sonrisa tan encantada desde detrás del vaso que los dos nos reímos. Esto es exactamente lo que había estad faltando estos años. Tenía ganas abrazarla, así que al menos extendí mi mano hacia la suya y la acaricié. Ella no se inmutó, sino que la tomó entre las suyas y apretó. Estaba ahí. Todavía estaba ahí.

El camarero trajo la tercera copa y la cuenta. La hora de cierre es implacable. Pero yo no quería dejarla. Aunque sólo sea para hablar con ella una noche. ¡Incluso hablar con ella una sola hora!

"No debería haber hora de cierre", refunfuñó, "no sé tú, pero yo no tengo que levantarme mañana. Y ahora definitivamente no tengo ganas de dormir".

"Entonces tenemos dos opciones: podemos ir a un bar, o intentaré atraerte descaradamente al Dictador que tengo en casa".

"¿Dictador? Se me acaba de ocurrir un juego de palabras increíblemente adolescente. Punto para ti. Vamos". En ese mismo segundo, supe no sólo qué juego de palabras era, sino también que ninguno de los dos dormiría esta noche.

Comprendí que quería y necesitaba una ducha, y aproveché rápidamente esos pocos minutos para encender todas las velas que pude en el salón. Me encanta la luz cálida y el ambiente romántico. Traje la botella y una jarra de agua y pasé junto a ella cuando salió del baño envuelta en una toalla. Y no me quedé allí más tiempo del necesario, poniéndome los pantalones y la remera de casa. En cuanto dimos el primer sorbo, me besó. Me aseguré de no equivocarme cuando noté el brillo en sus ojos durante nuestra conversación en el café.

La atraje hacia mí y empezamos a besarnos. Su toalla se deslizó lentamente hacia abajo. Estaba desnuda delante de mí, con los pezones sobresaliendo de sus pechos redondos por encima de su vientre lujosamente plano, y casi agujereo los pantalones. Sonrió encantada, me pasó los dedos por el pecho y me lo apretó con la mano. Luego me agarró suavemente los huevos con la palma de la mano.

"Llevo deseándolo desde que te reíste tanto de mi equilibrio. Y ahora mismo, tengo la mejor excusa para perderlo. Pero quiero que sepas que haría lo que estoy a punto de hacer incluso sobria. Sólo que ahora me tengo ganas de cantar villancicos". Los dos nos reímos. Otra vez. Esa chica es increíble.

Me dio otro beso, luego me miró a los ojos, sonrió y despacio, muy despacio, se puso en cuclillas. Sin perder el contacto visual, me bajó los pantalones y se la llevó a la boca. Si este año perdí la fe en los milagros y los deseos, ahora ha reaparecido. Y con toda la fuerza.

Tanya sabe. Y lo disfruta. Le acaricié el pelo y hice que se levante. La tumbé con cuidado en el sofá, le separé suavemente las piernas y la saboreé. Me puse todavía más duro. Señal de que a esta hembra la quería ya. Me encanta chuparla, me ahogaría en ella. Pero Tanya me hizo lo que yo le hice a ella hace un momento: me subió. Tan pronto como nuestros labios se encontraron, me zambullí.

Venía hacia mí, venía maravillosamente. Sentí un hormigueo en la espalda cuando empujé con más fuerza. Esperaba que el alcohol me embotara un poco, pero las señales eran claras. Estaba tan caliente, húmeda y deliciosa que amenazaba con acabar antes de tiempo. Tenía que frenar. Quería que ella acabara primero. Lo entendió y empezó a acariciarme la espalda con suavidad. Abrió más las piernas y me abrazó con ellas.

Y fue entonces cuando me di cuenta. Esto no son dos borrachos cachondos culeando. No es sólo lujuria, son todas las cosas que quisimos decir en su momento y no nos dejaron. Me moví un poco, me froté más contra ella. Extendió una pierna y me apretó el brazo. Luego respiró hondo. Y otra vez. Y otra vez. Fui más a fondo y ahora con todo.

Ella agarró del culo. Me dio permiso a acabar. Apenas me pasó por la cabeza, empezó Y entonces el calor y el agarre fueron demasiado para soportarlo. Enterré la cabeza en la almohada junto a la suya, chorreando como si me fuese a morir. Quiero que este momento dure para siempre.

"Gracias", susurré, "mi fe en los milagros acaba de volver".

"Los milagros ocurren cuando menos te lo esperas. Y te lo agradezco".

Me di la vuelta con cuidado y tomé las copas. Tanya agarró una manta y nos tapó a los dos. Nos acostamos uno junto al otro, suspirando, y en ese momento me di cuenta de que Tanya era un regalo de Navidad que apenas superaba a nada. Me encantan las fiestas.

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Autora: Marina Deluca

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