"Hola mi amor, hoy tengo una sorpresita para ti", me dijo Eva entre las puertas, vestida con una bata blanca de rizo, justo antes de que me diera tiempo a dejar las llaves tras llegar del trabajo y saludar. Tenía un aspecto tan misterioso que no dudé ni un segundo a qué se refería. Me acerqué a ella, pero me detuvo inmediatamente.
"Primero el baño. Una toalla caliente te está esperando. Nos vemos en cinco minutos en el dormitorio.”
Me desnudé en un segundo y me metí en la ducha. Los restos de la bruma de su ducha, el sutil aroma de su loción con un rastro de su lujoso perfume flotaban en el aire. Seguro había estado apenas un rato antes. Ante mis ojos, la enigmática sonrisa de Eva se alternaba con las curvas de su cuerpo bajo su bata.
El mero hecho de recordarlo hizo que se me pare y sentí un cosquilleo en las pelotas. Me enjaboné, me enjuagué, me eché rápidamente una toalla por encima y me fui al dormitorio. La oscuridad de las persianas bajadas, el cabecero iluminado con leds, un difusor en la esquina de la habitación con una brizna ascendente de vapor perfumado y en medio de la cama Eva desnuda, tumbada con los brazos cruzados detrás de la cabeza y las piernas estiradas, los tobillos casualmente uno encima del otro.
Toqué la cama con la rodilla y empecé a arrastrarme hacia ese hermoso cuerpo. Se encogió de hombros y me detuvo con en pie en mi pecho, mirándome con gesto desafiante.
“Hay algo nuevo acá hoy. Si lo encuentras en un minuto, puedes usarlo conmigo".
Tenía ganas de saltarle encima, pero esto me excitó aún más. Miré alrededor de la cama y de las mesitas de noche. Perfume, un libro, pañuelos, uno abierto al lado de... Espera. Ese bolsita de ante negro no estaba ahí ayer. Y nunca antes tampoco. Lo tomé de la mesa y sentí tres objetos, dos viales y algo raro.
"Eres más rápido de lo que esperaba", sonrió Eva. “Ábrela.”
Un frasco de lubricante de silicona salió de la bolsa, otro etiquetado como spray relajante anal, un trozo de papel de seda y una banda elástica. Bueno... Aterricé junto a Eva, atraje su cabeza hacia mí y apreté mis labios contra los suyos. Me abrazó y se acurrucó contra mí.
Pasé mi mano por su esternón y su ombligo y la encontré lista, como si hubiéramos estado besándonos durante Dios sabe cuánto tiempo. ¿En qué estaba pensando, qué había estado haciendo mientras yo estaba en la ducha? Moví la palma de la mano aún más abajo y, de repente, mis dedos rozaron algo.
Eva sonrió picarona y me guiñó un ojo. La puse boca abajo y tiré de su pelvis hacia mí. Separé sus hermosas nalgas y me quedé mirando anonadado. Entre las nalgas brillaba una cuenta azul. Con cuidado lo rodeé con mi dedo. Eva gimió. Probé a presionar el pulgar ligeramente hacia arriba en el borde inferior de la cuenta y un poco más abajo introduje dos dedos en su húmeda hendidura. Eva suspiró con dulzura.
Yo ya no podía aguantar. Saqué los dedos e introduje la punta de mi bellota. Entré lentamente y sentí la dureza de la joya anal a través del fino tabique, y me excité todavía más. Por primera vez, Eva tenía los dos agujeros llenos. Una belleza. Y a ella también le debía gustar, por la forma en que se movía hacia mí con su pelvis.
Volvió la cabeza hacia mí y preguntó: “¿Quieres?”
¿Si lo quiero? ¿Es posible rechazar tal oferta? Enganché suavemente mis dedos en el borde y la saqué con cuidado. Las dejé sobre el pañuelo desplegado en la mesita y cogí el gel. Tres bombeos, en el glande y luego con cuidado, milímetro a milímetro... Eva clavó los dedos en la almohada.
“¿Duele?”
"No", jadeó. “Dale. Entra. Sí. Así. Más oooohhhh...”
Un agarre tan fuerte no podía durar mucho tiempo. Eva comenzó a respirar intermitentemente y sus dedos empezaron a masajear rápidamente su clítoris. Cerré los ojos y respiré para poder aguantar un poco más. Eva Empezó a temblar. Mis pelotas se encogieron contra mi cuerpo y fue cuestión de segundos. Los músculos de Eva se tensaron, respiró profundamente y emitió un gemido. En ese mismo momento eché la cabeza hacia atrás y exploté profundamente dentro de ella. Con un último empujón, me salí y la atraje contra mí.
"Cariño, eres maravillosa", murmuré en su pelo.
“Y tú eres un mago,” dijo sonriendo. "No me imaginé que podría acabar así. Y la primera vez. ¿Tienes hambre?”
Asentí con la cabeza. Es imposible no amar a esta mujer, en todos los sentidos.
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Autora: Marina Deluca
